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Barbosa/ Antioquia/ Colombia/ 7 de febrero de 1898
Murió el 17 de septiembre de 1924
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TÍTULOS
- El elogio de la guerra
- La libertad de prensa
" El sol"
1922
EL ELOGIO DE LA GUERRA
Es interezante y conmovedor ver los esfuerzos enormes que hacen los hombres en todas partes, por aparecer pacifistas, por amar y realizar ese sueño absurdo e inexplicable que se llama la paz. Pero en la íntima realidad, en la realidad profunda y subterránea del corazón, ningún hombre logra ser pacifista verdadero; aun bajo la capa gruesa de carne del burgués mas burgués y mas gordo, queda una divina chispa bélica, una partícula del instinto supremo de la guerra, que no han logrado apagar definitivamente ni las alucinaciones locas de la razón ni la influencia de una vida regalada y soñolienta.
Y esque el hombre es, al fin y al cabo, un animal noble y fuerte dotado de poderosa vida interior; para alimentar su alma insaciable tiene que eliminar lo externo, que absorber lo circundante; mientras mas alma se tenga, mas potente es el instinto de la absorción; podría decirse que, despues del combate, los vencedores se han asimilado el alma de los muertos, la han incorporado a su vida interior, acrecentandola; por eso sin duda los ojos de los vencedores son tan luminosos y sus piernas tan ágiles y tan vitales.
Pero, por una singular contradición, el hombre se avergüenza de la guerra. Es verdad que, generalmente, el hombre se avergüenza de todo lo que pudiera enorgullecerlo. Del amor, por ejemplo; sin embargo, el amor como la guerra, es una sed infinita de alma; un abrazo y una estocada son dos maneras de vigorizarse de duplicarse interiormente, eliminando o queriendo eliminar a otro ser. El hombre se avergüenza de ambas cosas, Quizá por la secreta y misteriosa afinidad que hay entre ellas. En todo caso, el pobre hombre sueña siempre con llegar a ser una entidad dócil, apacible, conciliadora, llena de dulce venignidad hacia todas las cosas, y especialmente hacia los otros hombres; y hay muchos que logran conseguirlo aparentemente, superponiendo a su naturaleza esencial de animales puros, una naturaleza artificial confecionada a base de razonamientos idealistas y de sueños fantásticos. Pero, en el fondo, la chispa selvática y agresiva vigila: yo conozco convencidos pacifistas que al ver pasar bajo sus balcones un batallón rutilante o al oír en el campo de maniobras la sonora y milagrosa voz del clarín, gritan vivas al ejército y tiran los sombreros al aire, penetrados, a su pesar, de la inefable emoción que produce la sola visión de los guerreros en marcha. Las mas razonables diatribas contra la guerra y los principios mas arraigados de benevolencia humana no llegarán a oscurecer nunca la figura estimulante del guerrero, bello intrínsecamente bello, en medio de su decorativa esplendides.
Lo que sucede, en los pueblos obstinadamente pacifistas, es que el instinto de la guerra degenera en curiosa desviación hacia el crimen y la violencia particular. En una época normal de guerra, el hombre fiera, por ejemplo, hubiera sido indudablemente un gran general; su alma misteriosa y voraz lo hace creer así; hubiera sido, sencillamente, un Napoleón, con toda su enérgica vida interior y su juventud sobrehumana. Un boxeador es un capitán de dragones en calzoncillos, aquien la paz arrebató su espada formidable. El mal humorado solterón que al levantarse esta mañana le tiró con la escupidera a su sirvienta, es un guerrero auténtico que se a quitado a sí mismo un campo de batalla. unas armas y unos enemigos dignos de él, y que lógicamente debían estar a su alcance. Pero no ha podido quitarse
—como debiera ser para proceder con justicia — no ha podido quitarse su instinto bélico. Ahí me tiene la contradicción curiosa que suele haber entre los sueños pacifistas de los hombres y su alma violenta: entre el instinto poderoso y la idea efimera.
LA LIBERTAD DE PRENSA
Yo no sé por qué se están afanando los periodistas por sostener a todo trance la tesis en favor de la libertad de prensa. Es evidente que la letra de molde está ya demasiado desprestigiada entre el público, y necesita una valorización eficaz. Pero los periodistas por sí mismos no han logrado efectuar esa valorización: en vano se esfuerzan, no solo por escribir bien, sino por hacerlo con verdadero fervor y hasta con justicia. Nada: la palabra ha perdido totalmente su fuerza de convicción, su dinamicidad efectiva, su influencia motriz sobre las masas. Ya nadie cree en lo que se escribe, sin duda porque se ha abusado demasiado de la pluma y porque ya el escribir no trae consecuencias graves. Y es que la palabra como ciertos gases, requiere una fuerte presión exterior para que se haga explosiva y peligrosa, Para que se convierta en fuerza impulsora. Un editorial, por ejemplo, que le pueda acarrear al autor cuatro años de bóvedas de Cartagena o el destierro indefinido, tiene que convencer y conmover mas al público, que el mismo editorial en las circunstancias actuales de libertad, cuando al presidente atacado o a los ministros escarnecidos solo les es permitido sonreírse del editorialista o rabiar un poco, según el genio de cada cual. Y si ese autor llegara hasta ponerse en peligro de que lo fusilaran, ya no solo convencería y conmovería, sino que llegaría de tal manera al publico que podría provocar una resolución. Si Alfonso XIII hubiera fusilado al otro día a Unamuno, a estas horas España fuera una república comunista; pero desgraciadamente el rey, demasiado timorato o demasiado inteligente, no se atrevió a dar ese paso decisivo.
Realmente, oprimir la prensa es cargar de dinamita los linotipos. La única y la última esperanza que yo tengo respecto a la caída del partido conservador en Colombia. Está en esas tentativas de amordazamiento de la prensa, que se insinúan en el congreso; solo así lograría adquirir la pluma su antiguo prestigio heroico y demoledor, su antigua capacidad de arma terrible, mas eficaz que la bomba y mas aguda que el puñal; solo así sería efectivo y definitivo el movimiento de oposición.
Sin contar con que, bajo una presión feroz, práctica, efectiva, el oficio de periodista volvería a hacerse pintoresco y deliciosamente accidentado; porque esta vida así es desesperante, cuando ya ni siquiera lo fusilan a uno por mas que grite.
—como debiera ser para proceder con justicia — no ha podido quitarse su instinto bélico. Ahí me tiene la contradicción curiosa que suele haber entre los sueños pacifistas de los hombres y su alma violenta: entre el instinto poderoso y la idea efimera.
LA LIBERTAD DE PRENSA
Yo no sé por qué se están afanando los periodistas por sostener a todo trance la tesis en favor de la libertad de prensa. Es evidente que la letra de molde está ya demasiado desprestigiada entre el público, y necesita una valorización eficaz. Pero los periodistas por sí mismos no han logrado efectuar esa valorización: en vano se esfuerzan, no solo por escribir bien, sino por hacerlo con verdadero fervor y hasta con justicia. Nada: la palabra ha perdido totalmente su fuerza de convicción, su dinamicidad efectiva, su influencia motriz sobre las masas. Ya nadie cree en lo que se escribe, sin duda porque se ha abusado demasiado de la pluma y porque ya el escribir no trae consecuencias graves. Y es que la palabra como ciertos gases, requiere una fuerte presión exterior para que se haga explosiva y peligrosa, Para que se convierta en fuerza impulsora. Un editorial, por ejemplo, que le pueda acarrear al autor cuatro años de bóvedas de Cartagena o el destierro indefinido, tiene que convencer y conmover mas al público, que el mismo editorial en las circunstancias actuales de libertad, cuando al presidente atacado o a los ministros escarnecidos solo les es permitido sonreírse del editorialista o rabiar un poco, según el genio de cada cual. Y si ese autor llegara hasta ponerse en peligro de que lo fusilaran, ya no solo convencería y conmovería, sino que llegaría de tal manera al publico que podría provocar una resolución. Si Alfonso XIII hubiera fusilado al otro día a Unamuno, a estas horas España fuera una república comunista; pero desgraciadamente el rey, demasiado timorato o demasiado inteligente, no se atrevió a dar ese paso decisivo.
Realmente, oprimir la prensa es cargar de dinamita los linotipos. La única y la última esperanza que yo tengo respecto a la caída del partido conservador en Colombia. Está en esas tentativas de amordazamiento de la prensa, que se insinúan en el congreso; solo así lograría adquirir la pluma su antiguo prestigio heroico y demoledor, su antigua capacidad de arma terrible, mas eficaz que la bomba y mas aguda que el puñal; solo así sería efectivo y definitivo el movimiento de oposición.
Sin contar con que, bajo una presión feroz, práctica, efectiva, el oficio de periodista volvería a hacerse pintoresco y deliciosamente accidentado; porque esta vida así es desesperante, cuando ya ni siquiera lo fusilan a uno por mas que grite.